16/5/09

Finisterre segunda - Mayo 2009



















Salió Finisterre II!!!!

"El segundo número se ofrece a los angurrientos en:

7/5/09

No voy en tren, voy en alfombra

Le pregunto a mi hermana adonde se le ocurre que podría venderse la revista: -en el tren-, me responde. En un principio me río a carcajadas, pero después lo pienso sentada en el andén de la estación de Flores mientras fumo un cigarrillo. De repente me levanto, subo al primer tren que pasa, y me pongo a vociferar en el vagón publicitando el pasquín:
“Vengo a ofrecerles este producto óptimo para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, útil para recitarle poemas de amor a su amada cuando usted se manda alguna, más económico que un ramo de flores o medio kilo de pan, ideal para leer en el viaje y evitar mirar por las ventanillas…”
Vendo casi todas, los pasajeros me las arrancan de las manos prácticamente, un gran éxito la idea. Llego a la estación de Once, me bajo contando la plata y separando las monedas mientras el tumulto me arrastra, y antes de que pueda darme cuenta, me secuestra la mafia conformada por los vendedores ambulantes del ferrocarril Sarmiento.
Me llevan a un lugar oscuro y me gritan una y otra vez que confiese de donde saqué ese material, les digo que no sé –no pienso confesar el verdadero origen de la revista, eso comprometería a todos y cada uno de mis compañeros- y finalmente, algo golpeada, me dejan ir.
Vuelvo a subirme al tren, me bajo en la estación Morón, camino por los pasillos de la universidad, están desiertos, bajo nuevamente al lobby central, está desierto, subo corriendo las escaleras, abro la puerta de un aula al azar, observo hipnotizada a la profesora que escribe las paredes hablando sola –claro símbolo de perdida de la razón, o del encuentro con ella, quizá- sigo corriendo, ya bastante agitada, abro una puerta tras otra buscándola, y localizo –al fin- en el décimo piso del edificio, a esa chica cuyo superpoder es la relativización. (Y agrego que, además, usa una capa naranja para que todos sepamos que tiene un superpoder, de ostentosa nomás).
Le digo “vení, relativizáme algo”, ella me sigue con su máscara de soberbia pero riéndose entre dientes, buscamos a la profesora que, para ese entonces, ya escribió todas las paredes del aula, y ahora se la agarró con las ventanas para desconsuelo del bedel; le pedimos que nos diga la Verdad, ella siempre tiene la justa: nos la dice, pero en griego (¡y yo no entiendo griego!), pero la chica de los superpoderes de relativización logra obviamente comprenderla, escribe la Verdad en una libreta de tapas negras, se ríe nuevamente entre dientes, y ambas corremos por los pasillos desiertos y salimos a la calle, volviendo a subirnos al ferrocarril Sarmiento, esta vez hacia el lado de Moreno, y yo grito nuevamente “muy bueeeenas tardessss, sepan disculpar la molestia, les vengo a presentar un material inédito que les será imposible encontrar en ningún otro lugar, perfecto para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, sumamente útil para recitar poemas de amor cuando usted se manda alguna, ideal para leer en el viaje, señor, señora, imperdible, véanlo sin compromiso de compra”, entretanto La chica relativizadora se ríe (ya no entre dientes sino a carcajadas), diciéndome “esto ni da”.
Ya vas a entender pavota, le digo.
Llegamos a Once (el tren pegó la vuelta en Moreno, tal como yo esperaba), nos chocamos con un enano que habla al revés, (juraría que lo vi en algún otro lado), mientras me concentro en el enano la mafia de los vendedores ambulantes vuelve a secuestrarnos, esta vez a ambas, nos lleva hacia el mismo lugar oscuro, nos pregunta una y otra vez adonde conseguimos ese material, amenaza con matarnos, nos revela que trabaja para la Triada del mal con la sola intención de atemorizarnos.
La chica relativizadora se ríe y les dice “sí sí, los quiero ver matándome” y les hace dientitos. La miran con resignación, y obvios instintos asesinos, y nos dejan ir nuevamente, no sin antes aclararme que no quieren volver a vernos por ahí.
No podemos confesar, le cuento a La chica relativizadora. Ese material proviene de un mundo llamado Finis Terrae, en el cual reina un conjunto de seres tenebrosos -denominados popularmente La triada del mal-, simplemente porque les gusta ser dueños del poder que los embriaga, y no dejar espacio a ninguna opinión democrática. La revista en nuestro poder es la publicación de la resistencia, se imprime en talleres subterráneos, y hay que difundirla incansablemente para terminar con La triada lo más pronto posible, y liberar así a los habitantes de ese mundo.
La chica relativizadora me sugiere que vayamos en busca de alguien más, que juntemos partidarios, le digo que no, que esto depende sólo de nosotras dos. Nadie más puede enterarse de la existencia de ese mundo en donde los semáforos nos dan tres luces celestes (ya que La triada sostenía que los colores verde-rojo-amarillo cobraban vida y representaban fuerzas benignas que se oponían a ellos).
El tren del andén número cuatro anuncia su partida condestinoMorenoparandoentodas, para la hora ochoyveiticinco am. La gente apura el paso empujándose.
Nosotras los esquivamos corriendo, y cruzamos el portal que se encuentra entre el carrito de los superpanchos y el puesto de diarios, e ingresamos, al fin, a Finis Terrae.

La chica relativizadora me mira (casi perdiendo su expresión soberbia, reemplazándola por una de asombro) y me dice que ahora entiende porqué sus historias no aplicaban para narrar ese mundo que ella creía no real. En ese mundo todo es mágico y ella no cree demasiado en la magia. En cuanto cruzamos el portal aparecen instantáneamente nuestros doppelgänger, y La chica relativizadora, que sabe muchísimo de doppelgängers, me dice que no los toque, porque si toco a mi gemela diabólica nos fusionaremos y desapareceremos ambas. Le hago caso, obvio.
Salimos a la pradera más verde que haya existido jamás, y vemos pasear apaciblemente al famoso dueto de poetisas finisterreanas repartiendo margaritas; una recita haikus en medio de una suerte de trance reikista, entretanto la otra, su largo cabello ondeando al viento, le responde con metáforas no aptas para menores de edad. Les preguntamos por la Logia, la que recita haikus nos responde: “la pequeñez que cabe en el interior de un hongo es el cimiento de cristal en que se tallan los gigantes”…nos miramos sin comprender, y la poetisa metafórica agrega: “En la despersonificación de los cuerpos está el placer”.
La chica relativizadora anota en su libro de tapas negras con celeridad, por las dudas, dice.
Caminamos por Finis Terrae, nos cruzamos con un poeta-filósofo que recita versos extraños acerca de un peregrino a un peregrino que lo mira con cara de perplejidad. El poeta-filósofo se parece un poco en su prosa oral a Castaneda, y es bastante agradable, exceptuando el detalle de que combina indiscriminadamente rojo, azul, celeste, negro, amarillo, verde, y zapatillas con cordones de diferentes colores, sin importarle en lo más mínimo su apariencia, indudablemente intentando demostrar que lo exterior no importa, que él es mucho más que los banales designios de la moda.
La chica relativizadora se ríe de él y lo molesta indescriptiblemente con palabras irónicas. Él le grita, casi poniéndose colorado, que entienda de una buena vez que estamos en el límite entre lo real y lo impensable, en donde la gente combina la magia con osadía y no los colores de la ropa. Ella le dice “sí, sí”, yo le digo “ponéle”, y seguimos caminando, dejándolo en un estado de furia inconcebible, echando, literalmente, humo por las orejas.
Observamos las cabañas de madera sobre los riscos, un paisaje clásico de ese locus amoenus, tan clishé de la poesía española que nos recitaba aquel gran maestro pelilargo en nuestra alta casa de estudios; agua, árboles, pastos muy verdes, rayos de sol que se filtran iluminando nuestros cabellos no tan sedosos como quisiéramos.
Como en Finis Terrae no existe tiempo ni espacio, y nuestros relojes se detuvieron al cruzar el portal, no sabemos con certeza cuánto de tarde estaremos llegando a clase, pero en realidad ya no nos importa. De todas maneras a La chica relativizadora las clases –por supuesto- le parecen superfluas e innecesarias.
De repente cae la noche (literalmente “de repente cae la noche”, porque en Finis Terrae la luna baja a la tierra, aparentemente), y vemos a Beowulf –el héroe más perfecto- montando en un dragón, vemos al Caballero Verde persiguiéndolo, pero en el medio de la persecución se le cae la cabeza y tiene que volver atrás para recogerla, vemos a Don Quijote riendo a carcajadas de esa escena, mientras lee un libro acerca de cómo construir molinos de viento con escarbadientes y como narrar cantares de gesta vanguardistas, (lo cual le recuerda a la chica relativizadora que el “antes” era tanto mejor y se pierde en una perorata sin sentido acerca de la Edad de Oro que yo casi ni escucho), mientras Roland habla de traiciones y de gloria eterna, mirando con entrañable afecto a su espada y llamándola Durandarte, (lo cual sería seguramente malinterpretado por Freud), entretanto Lancelot grita que no se siente culpable, que no va a ceder ni un ápice, que el amor mueve al mundo, y Odiseo escapa con los ojos en blanco de Penélope, que lo persigue reclamándole que nunca está en casa mientras ella lava los platos, cría a su hijo sola y teje como una pelotuda, mientras él se divierte mirando sirenas por ahí, y Dante y Virgilio, ignorándolos, conversan animadamente acerca de sus experiencias en el Infierno. En eso pasa el Mio Cid, montado en su corcel, hablando en versos anisosilábicos o algo así, quejándose vehementemente del destierro, lo cual despierta la atención de Dante, e instantáneamente ambos se entrelazan en una larga discusión al respecto de cómo recuperar la honra luego de tamaña ofensa, y el Cid grita que hay que tomar la ciudad, ignorando ambos a Virgilio, el cual despotrica contra quienes lo acusan de plagiar a Homero y habla de que su abogado sacará adelante un juicio por injurias contra todos ellos.
La chica relativizadora y yo nos miramos, agotadas ya de escuchar a los poetas blandiendo verbos, y le preguntamos a uno -que se parece bastante a un conejo con expresión meditabunda, que lleva puesta una remera con una inscripción de “I love Merlín”, se fuma un cigarrillo rubio tras otro, y camina acompañado por una gata ondulante- adónde podemos encontrar la Logia que lucha contra la Triada del mal mientras intenta reescribir el mundo.
Cara de conejo nos indica el camino, no sin antes emprender una eterna batalla de ironías con la chica relativizadora, en la cual ella sale ganando por cansancio. De paso, también nos tira una alfombra mágica –la quiere impecable de regreso, dice- y el dato de un buen bar adonde podríamos parar por un café con medialunas. Preferimos el desayuno a nuestra misión (la luna decidió levantarse, se aburrió de estar echada ahí abajo, y nuevamente se filtran los rayos de sol por entre los árboles).
Una vez en el bar, nos ubicamos cerca de un grupo de dioses paganos que diatriban contra el dios cristiano, acusándolo de déspota y centralizador, y pergeñando de qué manera destituirlo. La chica relativizadora escucha con atención pero yo no, el hambre no me permite concentrarme en nimiedades.
Comemos, La chica relativizadora saca un libro y me ignora, como siempre, hasta que le grito que le meta pata, que tenemos que encontrar a la Logia y vencer a la Triada del mal, para poder cruzar el portal nuevamente y volver a Once a tomar el tren.
La chica relativizadora me mira con fastidio pero, de todos modos, apura el café.
Observamos a través del vidrio a un romántico persiguiendo un rayito de luna que se le escapa. Yo me río con ganas y agarrándome la panza, La chica relativizadora me mira aún más malhumorada, de ser eso posible.
Reflexionamos acerca de a cuál de los héroes podríamos pedir asistencia en tamaña empresa (yo insisto con Beowulf que, además de ser groso, equipara en belleza a Odiseo), y ella responde que ninguno de ellos cumple con sus expectativas, que mejor lo hagamos solas.
En Finis Terrae, tamaño mundo de personajes fantásticos, comienza –nuevamente- a caer la noche. La luna no se decide, sube, baja, sube, baja, y elige finalmente quedarse un rato posada en la montaña. Es muy difícil desayunar en ese mundo, ya que amanece incesantemente.
Salimos del bar. El que persigue el rayito de luna nos tira un dato útil. Un brujo vomita sapos en la entrada agarrándose el estómago con gesto de dolor, lo miramos fijo durante un rato –finalmente decidimos no ayudarlo- nos subimos a la alfombra mágica que nos prestó el que se parece a un conejo, y emprendemos vuelo, lo cual genera el asombro de La chica relativizadora, que no creía en alfombras mágicas, y ni siquiera creía que esa alfombra en particular tuviese un estampado de buen gusto.
Esquivamos al dragón de Beowulf (que nos quema los flecos de la alfombra con mucha mala onda, ya se está poniendo pesado). Observamos Finis Terrae desde las alturas, llena de praderas y extraños sincretismos entre civilización y barbaries…se ve laberíntica desde arriba, ya que todos sus caminos se conectan entre sí por caprichosos designios de su creador.
La chica relativizadora tiene cara de tener vértigo y un poco de susto por los monstruos que acechan los mares, pero, como tiene superpoderes, hace de cuenta que nada le interesa, y sorteamos los grandes riscos con hábiles maniobras de alfombra, y finalmente descendemos al lugar que nos marcó aquel que perseguía el rayo de luna, cuando salimos a la puerta del bar.
La luna, indecisa, vuelve a bajar a la tierra iluminando todo. En eso vemos pasar al que persigue el rayo de luna y le preguntamos por la Logia que intenta reescribir al mundo. Nos responde con reminiscencias románticas que aburren visiblemente a La chica relativizadora, pero aún así, lo escuchamos con atención. Nos dice qué, donde hallemos a un peregrino hablando con un filósofo no muy bien combinado, encontraremos la entrada subterránea a la Logia que intenta reescribir al mundo. Después de eso gira sobre sí mismo y se pone a conversar con una flor que aparentemente no tiene muchas ganas de responderle.
Volvemos en alfombra al lugar en el cual vimos al poeta-filósofo, descendemos, y él al vernos comienza a gritar desaforado nuevamente. Yo intento calmarlo, pero La chica relativizadora se ríe de él y eso no colabora favorablemente con la ira del poeta-filósofo. Finalmente el peregrino, agotado de la situación, nos tira la justa: tenemos que levantar la roca que está allá por el fondo del bosque, entre las dos flores azules y el árbol luminiscente, y allí encontraremos la entrada subterránea de la Logia.
Nos despedimos, yo le agradezco mientras tironeo del brazo de La chica relativizadora, que sigue enervando al poeta-filósofo solo por diversión.
Encontramos, no sin algo de trabajo y bastante cansancio ya, la roca que se halla entre las dos flores azules y el árbol luminiscente, la levantamos e ingresamos a la imprenta secreta de la Logia.
Asombrosamente aparecen allí abajo el que tiene cara de conejo junto con su gata ondulante, el que perseguía incansablemente el rayito de luna, y el filosofo-poeta con cara de ofendido, cruzado de brazos y apoyado contra las rocas.
El que persigue el rayo de luna exclama “¡al fin estamos todos reunidos!, ¡procedamos compañeros a planear la inefable estrategia para derrocar a la Triada del mal!”. La chica relativizadora me mira con gesto de fastidio ladeando la cabeza y arqueando la ceja derecha, como si yo pudiese hacer algo al respecto de semejante arenga.
La estrategia se dilata, ya que surgen conversaciones triviales una y otra vez. La chica relativizadora nos apura, alegando que tiene demasiado que estudiar, y saca un libro nuevamente de su súper morral, decidida a ignorarnos. Pero es en ese momento cuando divisa su libreta de tapas negras y recuerda la Verdad obtenida en el aula de la Universidad, y nos la recita en voz alta (en griego, y no le entiendo una palabra, por supuesto) pero aparentemente los demás la comprenden, y gracias a eso, al fin logramos ponernos de acuerdo y partimos los cinco junto con la gata ondulante, bastante apretados arriba de la alfombra del que tiene cara de conejo (que se queja porque se la devolvemos con los flecos quemados).
Arribamos al tenebroso castillo de la Triada, majestuoso baluarte rodeado por un foso atestado de monstruos marinos de toda clase y color. Volamos sobre ellos. Beowulf, que quiere estar en todas, nos persigue montado en el dragón. Lo preceden Grendell, Don Quijote sobre su Rocinante, el Mio Cid con cara de estar un tanto aburrido, El caballero Verde con su cabeza zarandeándose en la mano y Sir Gawain cabalgando a su lado, Roland y Lancelot empuñando sus espadas en alto, Penélope quejándose incesantemente y, a la retaguardia, sumidos en el arte de la retórica, Dante, Virgilio y Odiseo, con una expresión pacífica que no concuerda con este momento cumbre en el cual está por iniciarse la gran batalla final.
El dragón quema con sus llamas la puerta del castillo, y toda la comitiva ingresa, con nosotros a la delantera, tan apretados sobre la alfombra como en el colectivo 60 camino a Tigre.
La Triada del mal nos espera, empuñando plumas, que claramente son más poderosas que las espadas. Don Quijote súbitamente detiene a Rocinante, y emprende un discurso al respecto de las armas y las letras que no viene al caso en semejante situación de peligrosidad.
El Mio Cid, El caballero Verde, Odiseo, Roland y Lancelot, se lanzan contra la Triada sin pensarlo dos veces. Nosotros disparamos flechas y lanzamos rocas desde la alfombra mágica, (ni a palos nos bajamos), entretanto Dante y Virgilio se mantienen al margen y se dedican a escuchar las quejas de Penélope al respecto de su marido, aconsejándole sabiamente que solicite de una buena vez el divorcio.
Horas de ardua batalla más tarde, o segundos quizá, la Triada se encuentra sitiada por los héroes y la Logia toma nuevamente el castillo y el poder.
La paz y la libertad de expresión retornan a Finis Terrae, y luego de tres noches de encantos y de fiestas paganas, La chica relativizadora me recuerda, tirándome insistentemente de la manga, que tenemos que regresar, pero yo me resisto a abandonar tamaño festejo.
Finalmente cedo a desgano. Nos dirigimos hacia el portal y reaparecemos en Once, entre el carrito de los superpanchos y el puesto de diarios. Compramos un par de revistas y algunos libros en promoción, nos comemos unos superpanchos con papitas a modo de desayuno, por sugerencia de La chica relativizadora, y nos subimos corriendo al tren del andén número cuatro, con horario de partida ochoyveiticinco am condestinoMorenoparandoentodas, porque ya estamos llegando tarde a clase.

22/4/09

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Corremos como animales desquiciados esquivando los marmolados panteones, y cubiertos de heridas. Saltamos ágilmente el muro que rodea la silenciosa necrópolis. Corremos sin parar y sin mirar atrás, corremos hacia la ciudad y su rumor interminable, corremos tomados de las manos, con una mezcla de miedo y emoción. Nos miramos y nos reímos a carcajadas. No podemos parar de reírnos.
Llegamos a la ciudad.
Cientos de personas caminan apuradas, se golpean entre sí, se insultan, hablan por celular y hacen gestos de fastidio continuamente. En ocasiones la gente detiene su enloquecida marcha y observa con curiosidad nuestros uniformes blancos pero, como siempre, prevalece la histeria y la horda se dispersa.
La policía arroja gases lacrimógenos a un grupo de manifestantes en la Plaza de los dos Congresos. Nos quedamos mirando fascinados hasta que la protesta se disemina y luego bajamos las escaleras de Sáenz Peña, disfrutando de nuestra libertad.
Cantamos bellas melodías, él trajo su guitarra, ella afina lo suficiente, yo aplaudo contento (ella dice que está bien, vamos adentro).
A pesar de los días pasados, llenos de incertidumbre, todos los habitantes siempre resuelven esperar un mañana mejor.
La televisión anuncia un día soleado como hace rato no sucedía. Sueño colectivo de un futuro nuevo.
Los diarios hablan del gobierno, de las próximas elecciones, de las marchas, de los cortes de ruta, del partido de ayer, de los aumentos de hoy, de los homicidios de mañana, de la violencia creciente, y a pesar de todo la ciudad luce tranquila, o al menos indiferente…se perciben aires de armonía y despreocupación. O de individualismo quizá.
No me preocupa.
Yo conozco la verdad. Siempre en un instante todo cambia, un demoníaco fuego lo desintegra todo y la ciudad se convierte en cenizas mientras los pájaros vuelan hacia otras tierras mejores, todo se recicla, todo vuelve a empezar.
Después silencio eterno. Sucesión de vacíos, procesiones, gritos desde el alma.
Solo nosotros permanecemos inmunes en nuestro paraíso personal, libres de todo tiempo y espacio, escuchando el llamado de los elfos, contemplando a las hadas jugar, recorriendo castillos y surcando mares, defendiendo a nuestros reyes, viendo el agua descender entre los árboles desde los picos de las majestuosas montañas, evocando cosas que los todos los demás olvidaron siglos atrás.
Todo nos pide volver, y en la tarde cálida comienza a sentirse el frío.
Con aire resignado nos miramos y caminamos hacia la parada del colectivo. Nos fumamos un cigarrillo tras otro.
Subimos -un pasito para atrás por favor- volvemos a nuestra rutina cotidiana, ya no somos héroes, ya no sentimos el viento golpearnos en la cara.
En el horizonte empieza a dibujarse una tormenta. El chofer escucha la radio y comenta con un pasajero las banalidades de siempre sobre el clima.
Bajamos -en la misma esquina de siempre- pedimos café para todos, leemos nuestros libros de turno, él se peina contínuamente, ella juega con el azúcar, el insondable psicólogo con cara de rata –que nos esperaba en el café pacientemente desde el amanecer- nos observa detenidamente. Intentamos explicarle que no podíamos no irnos, ya que los elfos, las hadas y los duendes silenciosos nos esperaban. Tenemos el discurso minuciosamente preparado, pero él elige no creernos, él elige interpretar lo que no decimos, como siempre.
Cruces de miradas, ojos esquivos. Ella deja de observar el vacío y lo enfrenta. Casi ni habla de sí misma, solo intenta explicarle nuevamente los hechos. Al finalizar su perorata lo mira eternamente y escucha, casi sin oír, los comentarios y preguntas del psicólogo.
Él quiere saber más, la indaga, pero ella no le permite ir más allá.
De todas maneras él no entendería. Él nunca entiende nada.
Caminamos todos algunas cuadras hasta la clínica. Cruzamos el paredón con nuestros libros en la mano. Ella se seca las lágrimas con el costado de la manga.
Entretanto el psicólogo no deja de mirarnos insistentemente y se dirige a nosotros con un dejo de preocupación, para luego firmar el registro y marcharse.

No nos interesa lo que él piense.

Nosotros sabemos que somos los poetas del tiempo, sabemos que somos los ecos de voces pasadas, nosotros dibujamos las palabras que vendrán, letras manan de nuestras bocas y se reflejan en el espejo del alma, se plasman en el papel fijando sensaciones imperceptibles que fluyen desde siempre, ríos internos de vocablos desinhibidos forman baladas proféticas, y es por eso que dejamos pasar los días perdidos en esta oscuridad, pensando incansablemente como haremos para huir nuevamente, ya que los elfos, las hadas y los duendes nos esperan.

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El lado oscuro del sol


Día sombrío y de lluvia, un clásico porteño.
Se suceden los días sin amores y sin magia.
El teléfono no suena nunca.
La ciudad permanece gris y silenciosa,
por eso hoy elegí no salir de casa.
Aún así, debería irme un rato,
Spinetta a veces suena a cliché…
Además se me acumulan las colillas en el cenicero.

Hoy no dejo de pensar en la muerte…y eso que alguna vez fui un niño tan encantador.
No me saco de la cabeza que ya no hay segundas oportunidades para mi historia.
Me observo en el espejo y casi siento que no soy yo, que soy otro. Debe ser porque esta tarde estuve leyendo demasiado a Borges, no sé…
También me aseguro a mí mismo que debería preferir un pasado sin lágrimas y esperar que, al llegar el fin, me descubran vivo detrás de mis innumerables máscaras.
Creo que irrebatiblemente debería salir a la calle.

…(¿Habrá vida después de la muerte?)…

……………………………………………

Se pone el sweater y sale…No siente nada, ni el invierno ni la lluvia…
ni el dolor…
No sabe hacia donde va…
solamente camina solo,
en libertad.
Se acomoda en la mesa de un bar y mira a su alrededor. A lo largo de las calles melancólicas parejas robotizadas entretejen sus historias triviales y se toman de las manos casi con desgano. Él las mira con escepticismo.
¿Y esto es la vida? No le gusta lo que tiene para ofrecerle…No la quiere así. Se parece mucho a cómo se la presentaba su padre, gracias.
Él elige ver como mero espectador las calles cuan intrincados sistemas laberínticos en los que la humanidad se pierde entretanto se somete a la explotación eterna del capitalismo.
Él prefiere vivir en su mundo de apariencias.
Él prefiere sumirse en sus fantasías heroicas.

Se prende otro cigarrillo.

Él prefiere ser un observador, ser un juez, y también ser casi un escritor quizá.

¿Sino adonde está el placer?

Todo luce trivial; banal; pueril; pasajero; ¿efímero?
Toda esa gente que no se entera de nada, que nunca entiende nada.
Son casi como fantasmas. Tienen los ojos vacíos. Son incorpóreos.
Son casi como ciegos caminando a los tumbos.
Cargan a sus espaldas toda esa anarquía disimulada…toda esa paranoia.
Cuanta represión tiene la gente encima, piensa.
Y ese tango marketinero que suena permanentemente…
Ya no queda rock.
Ya no queda emoción…Ya no queda poesía.
Ya nos mataron los ideales…Y las ganas.

Se pide otro whisky doble. ¿Va por el cuarto o por el quinto ya?

No lo recuerda. Pierde la memoria frecuentemente desde que lo golpeó una pelota. Siempre habló de fútbol para complacer a papá y a los amigos del barrio, pero prefiere no mirarlo por televisión.
Él prefiere imaginar minotauros cornufrónticos, hombres bestias con ojos fagocitantes de monstruos moribundos.
Él prefiere derribar muros, encender fuegos, pelear por algo distinto cada día, o simplemente tirarse en el sillón a fumar demasiado y dejar pasar la vida.
Él prefiere conocer los infiernos a la mitad de su vida, sabiéndose una pantera y reclamando justicia desde el destierro.
Él prefiere no mirar a ese hombre a una nariz pegado.
Él prefiere dejar que lo amen. Elige no decir verdades. Prefiere no apegarse demasiado a ninguna. A ver si algún día ya no puede escaparse.

Las horas pasan…Igual se supone que el tiempo no es más que una idea, ¿no?
Se termina - al fin - ese día sin luz.
Y emerge la luna.
Viejos en bufanda volviendo a cenar frente a la tele…
Él, casi desabrigado…y sin embargo no siente el frío.


…Al fin de cuentas, él es el sol…

Y el pueblo leyó Finisterre

Ellos, que conformarían el germen de la revolución, coexistían diariamente en un café oscuro que pasaba casi desapercibido para los transeúntes, situado frente a una universidad, durante un futuro no muy lejano – es más – tan cercano que bien podría ser el presente inmediato.
Habitaban en un mundo democrático, con plena libertad de prensa, de pensamiento y de expresión.
Sin embargo, la libertad de este extremadamente moderno y democrático mundo bien podía ser solo una ficción.
No es que desapareciera gente, ni que se persiguieran ideales. Eran pocas las revueltas que ameritaban ser reprimidas.
No se afectaba en lo más mínimo la vida del pueblo ni su albedrío, y este no reclamaba, no marchaba, no se resistía, no exigía, no demandaba absolutamente nada, ni tampoco pretendía grandes cosas. Los habitantes se dedicaban estrictamente a ir y volver de sus trabajos, sin plantearse que sería que harían en caso de contar con tiempo libre, sin cuestionarse ya ninguna de sus elecciones.
Eran los hijos cómodos y doblegados de una generación rebelde, una generación de presos políticos y de desaparecidos, que combatió contra la dictadura e impulsaba apasionadamente un sueño de democracia, una concepción que terminó justamente con la llegada de la tan mentada forma de gobierno, convirtiéndolos, durante el proceso, en una generación temerosa y paradójicamente incapaz de pelear por lo que quería.
Cada uno vivía su vida, creyéndola privada, cuando en la realidad el gobierno – ese ente anónimo y en permanente estado de alerta – conocía a la perfección la intimidad de cada uno de los individuos.
En este mundo todas las ideas políticas coincidían. Ya no existían facciones ni partidos. Y si existían, a la larga resultaba indiferente, ya que todos eran similares. No existían posibilidades reales de elección.
Esas grandes multinacionales y restantes compañías extranjeras que los habían paulatinamente colonizado les indicaban qué música debían oír, qué indumentaria les convenía preferir, qué alimentos querían consumir y qué standard de vida era necesario llevar para llegar a ser mediana o realmente exitosos.
La gente bebía durante las tardes sus cafés imperialistas, y se llevaba de recuerdo de estos encuentros charlas banales, metafísicas quizá, pero incongruentemente mundanas. Todo era superfluo en este mundo. Estos hombres, sus hijos y sus nietos, conformaban la generación sometida y transigente que finalmente se atormentó de luchar en vano y se dejo dominar sumisa y resignadamente, no por un gobierno impuesto, sino por un enemigo clandestino, enmascarado, referido comúnmente como democracia.
Pero el pueblo no lo sabía. El pueblo no estaba al tanto bajo ningún contexto de dicha conspiración gubernamental.
En esta sociedad en la que ellos vivían existía infinidad de maneras de hacer dinero rápidamente, esto si uno estaba dispuesto a sacrificar su alma…y eran incontables los que lo estaban: banqueros, empresarios, comisarios, hacendados, políticos y sus amantes y hasta los artistas mismos.
Pero el bien y el mal a veces se confunden, y la búsqueda de la verdad termina siendo una mentira. Y es por esto que ellos, este grupo de jóvenes reunidos en el café, comenzaron a considerar seriamente la idea de una inexorable rebelión.
Era necesario volver a tomar conciencia, erotizar el mundo, generar la caída del régimen y deshacerse de ese inconmovible imperio gubernamental que decidía por ellos, que se introducía en lo más profundo de sus mentes, y que los hacía obrar a su gusto y preferencia.
Ellos se reunían frecuentemente en aquel bar, no demasiado pulcro y bastante venido a menos, situado frente a esa universidad, bar que cubría sus paredes con recortes de periódicos enmarcados, recuerdos de grandes sucesos acontecidos en la época de sus padres, sucesos que se sentían mucho más lejanos de lo que realmente eran.
Fue allí donde estos jóvenes generaron su idea de proyecto revolucionario, acompañado de perpetuos cafés aguados y medialunas insípidas.
Su manifiesto propugnaba la formación de un nuevo pueblo, un pueblo con otros valores, en el que no se permitiera la violencia ni el trabajo explotador, una suerte de comunidad en la que cada individuo trabajara su porción de tierra, donde existiera la solidaridad en lugar del dinero, que todo lo corrompe, una sociedad que viviera del canje, tal como se vivía antiguamente.
Pero no encontraban la forma de llevar su proyecto adelante, de poner en acción sus planes, y por eso, como primer paso, decidieron publicar una revista, a la que nombraron simbólicamente Finisterre, el fin de una era, el comienzo de otra, una suerte de consolidación de su manifiesto, un reconocimiento público de la verdad, o mejor dicho, de la mentira en la que sus contemporáneos se hallaban sumidos. Finisterre era la propuesta de un nuevo mundo.
La divulgación que inicialmente iba a ser mensual, se tornó semestral a causa de la falta de tiempo de sus participantes.
Luego de la primer portada retomaron sus habituales divagues, sus eternas conversaciones de superhéroes - formas quizá de evolución de aquellos dioses y semidioses griegos que jugaban con nosotros al ajedrez riéndose desde arriba - y a pesar de seguir reuniéndose durante largas tardes, poco a poco se iban desviando del camino de la libertad.
Ya los últimos encuentros se habían tornado banales y -por cierto- extremadamente calurosos e innecesarios.
Eso hasta que una tarde ella apareció en el café, tomó asiento elegantemente en la mesa habitual, cercana a la ventana, y les relató pacífica y detalladamente su vaticinio acerca de la revolución que, afirmaba, estaba por acontecer.
Al día siguiente ella se presentó nuevamente y les relató de qué manera el presidente había caído.
Acordaron que se reunirían esa misma noche para ver que sucedía a continuación, y luego procederían a actuar conjuntamente y de común acuerdo.

Fue como si todo se paralizara durante esas vísperas de primavera, mientras la escuchaban bajo los ventiladores indolentes, casi sin perder palabra.
Durante las tardes que siguieron, ella fue proporcionándoles hasta los detalles más ínfimos al respecto de cómo iban a ser llevados a cabo los hechos.
Y ellos se lo comunicaron al pueblo por medio de su publicación, que repentinamente dejo de ser semestral, para convertirse en quincenal.

Y el pueblo leyó Finisterre y quiso ser parte.

Por supuesto la revolución, como toda revolución, no fue fácil ni cómoda: los malos tiempos habían comenzado.
Pero el fin -que como siempre- justificaba los medios, era en pos de un bien mayor, y por eso todos contribuían a la causa.
Cada habitante era parte activa de la rebelión, en mayor o menor medida.
Ellos, los del bar, ya habían tomado los medios masivos de comunicación.
La ciudad cayó durante el otoño siguiente, y dado el clima que se había generado a raíz del levantamiento – que inexorablemente debía ser armado - ya no hubo en la ciudad grandes fiestas, ni ruidosos establecimientos abiertos hasta altas horas de la madrugada.
Ya no hubo banderas en los balcones, ni bandas de música tocando en los bares, ni protestas en la plaza, ni muchedumbres que aclamaran…todo lucía calmo y hasta posiblemente un tanto tedioso y monótono.
La gente se congregaba en las casas durante largas noches y departía al respecto del futuro nacional y de sus líderes.
Entretanto los extranjeros de múltiples nacionalidades, que casi los habían invadido a millares durante un pasado cercano, abandonaban el país apresuradamente, y los jóvenes que en otro tiempo fueran tan despreocupados por el porvenir, ahora se comprometían plenamente con la causa y con sus líderes.
En los años siguientes, ni ella ni ellos recordarían el verdadero orden de sucesión de los hechos…todo se desdibujaba y eran tantos los acontecimientos que su velocidad era vertiginosa, y estar en todos lados a la vez, incorporar todo lo que acontecía a su alrededor, ya no era posible.
Por la carne, la verdura, la leche, y el pan, pagaban cuatro veces o más lo que habían costado antaño, y día a día el sufrimiento del pueblo iba en aumento. La escasez de alimentos ya era crónica y se incrementaba con el correr de los meses, y fue entonces cuando surgieron espontáneamente legiones conformadas por voluntarios más acaudalados, que ofrecían artículos de primera necesidad traídos del exterior.
En las colas de los supermercados se desencadenaban tumultos. Comenzaron los saqueos, y los dueños de los locales distribuyeron entonces las mercaderías que les quedaban y cerraron sus puertas de manera definitiva.
La gente se ponía en fila donde sea que hubiese colas, dispuesta a comprar cualquier cosa que se vendiera. Solo los ricos no se preocupaban ya que, como siempre sucede, eran los únicos que seguían comiendo bien.

Al cabo de un año ellos fueron detenidos en el interior del café por los rebeldes mismos, que demandaban exacerbados prontas soluciones y alimentos, y fueron trasladados a diversos centros de castigo, patrimonio del anterior gobierno.
Pero ella, que se había convertido en la principal dirigente de los diversos círculos revolucionarios, ordenó su inmediata liberación, alegando que en su profecía ellos eran los que habían logrado resolver finalmente los avatares de la población, y que era necesaria su presencia para divulgar el procedimiento por vía masiva y de manera inmediata.
La resolución comunicada por parte del círculo revolucionario conformado en el café de enfrente de la facultad fue, para cada uno de los habitantes, la de buscar inmediatamente su proporcionada parcela de tierra y empezar a generar sus propios alimentos.
Los ciudadanos comenzaron inmediatamente a cultivar la tierra, levantando el cemento donde fuese posible y armando una suerte de granja donde quedara un espacio libre.
La tierra era rica en el país, el suelo era fértil.
Espontáneamente los habitantes comenzaron a sentirse más felices. Al no verse obligados a concurrir diariamente a trabajos que tanto les disgustaban y que llenaban sus días, comenzaron a contar con tiempo sobrante.
Y con ese tiempo se dedicaron a leer y a cultivar su espíritu, un arte ya olvidado.
Abundaron entonces los artistas, fuesen escritores, cantantes, músicos, pintores, o escultores, y todos comenzaron a salir a la calle nuevamente y a hacer del arte una forma de vida.
Las estrellas se veían más claramente, los automóviles fueron destruidos, las grandes fábricas cerraron sus puertas para siempre, y la cantidad de enfermos crónicos se redujo a un mínimo porcentaje.
Los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas quedaron prácticamente desempleados al cabo de un tiempo.

Ellos y ella, por supuesto con algunos años más encima, pero manteniendo siempre sus mismas ideologías y siempre sacando adelante su publicación literaria – que nuevamente se tornó semestral - continuaron reuniéndose asiduamente en el mismo café oscuro situado frente a aquella facultad, y se vieron finalmente libres de dedicarse otra vez insistentemente a sus intelectuales y extensas conversaciones que no llegaban jamás a ninguna conclusión notable.

¿Para qué conflictuarse? - Se dijeron bebiendo café aguado y comiendo medialunas, mientras todo a su alrededor retomaba el curso normal.

Ellos ya habían cambiado el destino de un país.
Ellos jamás volverían a ser los mismos. Entretanto el pueblo, reunido en la plaza, volvió a festejar.


* * *

24/2/09

Sortilegio número 1977

¿Cómo funciona el hechizo?
Siga atentamente las instrucciones escritas a continuación:
(Y dentro de lo posible intente no utilizar prendas de color azul ni verde mientras lo lleva a cabo).

Sobre una pila de libros - se sugiere incluir en ella a Walsh, a Oesterheld, a Conti, a Urondo, y a otros tantos extintos de la literatura nacional [1]- encienda una vela blanca invocando a la memoria colectiva.
Evite en lo posible a Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges, ya que las opiniones públicas al respecto de los ideales políticos de dichos autores son ambiguas.
No se acepta la participación dentro de este ritual de políticos, sindicalistas, curas, ni gente que pertenezca a gremios de ninguna clase. Acá no se admiten facciones políticas sino solo hechiceros con ideales y algo de esperanza en los ojos.
Resultara indispensable que el hechizo sea ejecutado en las cercanías de la ESMA o en la costa misma del Río de la Plata, o quizá en la ciudad de Córdoba.
Llévese un reproductor de música en el que suene en lo posible algo de Víctor Heredia, León Gieco, Charly García o Silvio Rodríguez.
Invoque a los espíritus con la más absoluta pasión y la firme creencia de que todo va a cambiar algún día en nuestro país.

(¡Pero por favor, tenga especial cuidado! No deje de recordar que estos a los que usted invoca intentarán obtener explicaciones tales como el porqué de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, el porqué de los indultos, y el porqué de la libertad de los criminales…)

Para reforzar el poder de este hechizo coloque en el piso boca abajo y alrededor de los libros fotos de Videla, Acosta, Massera, Aramburu, Menéndez y otros tantos.
Puede agregar entre dichas fotos papeles manuscritos con palabras tales como terrorismo de Estado, Triple A, o genocidio.
También puede colocar la frase “nunca más” en un papel violeta dentro del freezer.
Pero esto solo en caso de que el hechicero sea muy creyente.

De paso aproveche y pida por los derechos humanos de todos los chicos que, hoy cada vez más, andan en las calles de nuestra ciudad, descalzos, con hambre, y demasiado solos.
Y por favor, no pierda nunca las ganas de luchar por lo que cree correcto, ya que este encantamiento no es pura superstición, sino que la memoria es la necesidad de toda una Patria.


[1] Para que el artificio surta más efecto, si el hechicero tiene el tiempo de tomarse el trabajo de investigar más profundamente, tengo entendido que existe una larga lista de escritores desaparecidos durante ese período.

Dicciones

No fue el mejor de los tiempos.
Merodeó largamente luego de que él partiera, aún anhelándolo.
Nunca pudo escribir algo tan sublime…ya casi ni lo intentaba.
No fue tampoco el mejor de los bares. Aquella noche él le había robado el alma.
Por eso ella ya no brillaba…Buenos Aires tampoco brillaba.
Pensó nuevamente en su ausencia…
No existía otra salida. Se lanzó al agua…No miró atrás.
Inspiración…
Cielos…odio…amor…pasión…tiempo…nirvana…desesperación…fantasmas
…laberintos…
Fuego
No necesitaba nada. Nada excepto su cuerpo solo un instante más.
Hexámetros…hemistiquios…Nada ya tenía sentido.
Ciudades, medios, excesos, decadencia. No somos libres. Todo nos condiciona.
Y ella había querido tanto ser libre.
Revolución…
Héroes…mártires…sacrificios…pueblo…sueños…ideales…banderas…albedrío… destinos…
Más fuego
Todos se esconden, nadie percibe, nadie siente…nadie comprende…
La masa…el infierno cotidiano…el deseo, la represión, la superstición, el dolor y el llanto.

Me encantaría volver a verla, saber que fue de ella,
saber que encanta con las sirenas…
Despedida…
Mares…nostalgia…soledades…infancia…recuerdos…susurros…vidas…música… mañanas…
Y más fuego
Lluvia. Renacimiento.
…Su mejor poesía fue la última…

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